Un concierto peculiar

Sublime Gracia Band es una banda cristiana proveniente del estado de Texas, Estados Unidos. La agrupación se considera, ante todo, un grupo admirador del Señor y de sus hazañas tanto en la Tierra como en el Cielo.

Es la quinta vez que la agrupación estadounidense realiza un concierto en el Perú.

Por Camila Mandujano

Una banda cristiana se presenta en la Iglesia Buenas Nuevas en Lurigancho a las ocho de la noche. Se trata de un vocalista y cuatro músicos. El pastor nos da más información sobre el concierto y una hora antes estoy en frente de la congregación.

El espacio es reducido (un aforo menor a cien), mas la cantidad de sillas vacías aparentan lo contrario. Los encargados del evento se encuentran arreglando el pequeño escenario, así como las luces y los instrumentos musicales. Ponen a prueba el proyector, el cual refleja una vaga imagen del logo de la Iglesia que no acapara toda la pared.

El pastor me cuenta que los cinco están esperando a que sea la hora en un salón cercano y me invita a ser parte de la experiencia. Es un salón rodeado de paredes color hueso y sillas blancas en las cuales se encuentran los artistas teniendo una especie de merienda previa al show. Galletas, brownies y alfajores son los postres que más me llaman la atención.

Son las ocho y la banda entra en acción ya ante un público no mayor a ochenta personas. Son puntuales con la hora y no tardan ni un segundo en comenzar a tocar.

Las luces se mezclan entre un verde, azul, morado y rosado; y el entusiasmo es cada vez mayor. El proyector se esfuerza en reflejar no solo el logo de la congregación, sino también la letra de cada canción que van presentando.

El júbilo del público es evidente; sin embargo, una melancólica noticia irrumpe en la multitud: el guitarrista anuncia que uno de sus hijos falleció hace dos años. La declaración no es repentina, pues se relaciona con la letra de la última canción, la muerte y el seguir adelante tras una pérdida.

Y ese no es el único suceso particular de la noche. Más adelante, el vocalista invita a una parte del público al escenario. El sonidista baja el volumen de la música y el líder les pide que se arrodillen para realizar una oración. Y en pleno concierto, la oración es realizada de la mano del vocalista que curiosamente también es pastor (me termino enterando justo en ese instante).

Algunos viven apasionadamente el momento por las lágrimas que resbalan de sus mejillas, otros solo esperan a que la dinámica acabe para continuar con el show. Lo cierto es que nunca había visto algo igual en un concierto en mis veinte años de existencia.

Y, por cierto, más de veinte canciones son las que la banda ofrece antes de finalizar con una pequeña y última oración. Son las diez y, como si se tratara de una misa, es la misma banda la que invita a las personas presentes a que vayan en paz.

No obstante, con cámara en mano, me niego a acatar lo dictaminado. “El post-concierto debe contar con ocurrencias aún más peculiares” digo en mi mente. Y la idea de una entrevista para enriquecer lo vivido empieza a cobrar forma en mi subconsciente.

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