El LUM había sido una experiencia para el recuerdo. Sin embargo, la caminata realizada desde el museo hasta Larcomar reflejó un sinfín de memorias de cada persona que se cruzaba en nuestro camino.
La distancia entre el LUM y el Parque Salazar es de aproximadamente cuatro kilómetros, casi una hora caminando.
Por Joaquín Niño de Guzmán
Salimos del museo a las cinco. El atardecer se avecina. Titubeamos si tomar un taxi hasta Larcomar o caminar y confiar en conseguir más contenido fotográfico. No obstante, los cálidos tonos que se aprecian en el cielo nos indican que un esfuerzo extra valdría la pena.
Comenzamos pasando por el Complejo Deportivo “Chino” Vásquez en el cual un cúmulo de niños parecen estar tomando clases de vóley. Como no, los padres de familia están atentos a cualquier movimiento que sus descendientes realicen y siempre con el celular a la mano para inmortalizar la experiencia vivida.
Por otro lado, hay bancas a los alrededores con gente mayor leyendo el periódico y esperando a que el sunset se haga presente. A diferencia de los padres novatos, su único instrumento visible para guardar ese recuerdo es el par de ojos que cargan desde hace ya varios años. A diferencia de ellos, los ancianos prefieren disfrutar del momento.
Más adelante, el Parque María Reiche con su imitación de las Líneas de Nazca impregnada en sus áreas verdes y su característico piso dominó nos dan la bienvenida. El viento es perfecto para volar cometas, oportunidad que ningún pequeño desperdicia para creerse el rey del mundo. Y, por si fuera poco, los juegos recreativos también son una opción si se quiere más diversión.
Sin embargo, las bancas están repletas de parejas juveniles en comparación al complejo. La excusa del atardecer miraflorino resulta ser una estrategia de seducción para los tortolos que recién empiezan a experimentar el amor… o la dolorosa respuesta “solo somos amigos”.
El skatepark resulta ser el lugar que agrupa a la mayor cantidad de jóvenes que solo buscan libertad a través de sus arriesgadas piruetas. El Parque El Libro al igual que El Principito son los que cuentan con una diversidad de edades notable, como si todos vivieran en un mismo ecosistema sin ningún problema.
En el Faro de la Marina las mascotas más queridas por el ser humano comienzan a aparecer, y solo cuando llegamos al Parque Canino comprendemos que dicho lugar es un preludio para lo que se viene unos pasos más adelante.
El Malecón nos quiere demostrar que todavía vale hacer un par de paradas en el reciente Parque Chino (el cual está completamente lleno) y en el Parque del Amor.
Al haber una gran cantidad de visitantes, no nos extraña que haya fotógrafos por doquier ofreciendo sus servicios al lado de la estatua más explícita del Malecón. Y mientras pasamos por el Puente Eduardo Villena hablamos sobre lo romántico de aquella ruta, ignorando los escandalosos suicidios que se desataron antes de que lo recubrieran para evitar más cuitas.
Tres son los lugares que nos devuelven a la realidad miraflorina: el Parque San Marcelino Champagnalt, el monumento de la Virgen María y el Parque Letonia con unas flores espléndidas que embellecen la zona verde. Una vez atravesada dicha zona, finalmente llegamos al Parque Salazar.
Un parque que, casualmente, guarda la esencia de la mayoría de los lugares por los que recorrimos: estatuas, áreas verdes, skateboarders, diversos grupos de edades, mascotas, enamorados, bancas, fotógrafos, juegos recreativos, pero, sobre todo, el hermoso atardecer que se encuentra en todo su esplendor.
— ¿Valió la pena caminar más de una hora?
—En definitiva —respondí sin dudarlo—. Ahora vamos a Larcomar que me estoy muriendo de hambre —dije, nuevamente, sin dudarlo.