El Lugar de la Memoria, la Tolerancia y la Inclusión Social es un museo que rememora los sucesos del terrorismo en el Perú entre los años 1980 y 2000, además de recopilar testimonios de compatriotas de las regiones más afectadas de aquella época.
El LUM abre sus puertas de martes a domingo de 10 am a 6 pm y la entrada es gratuita con registro de datos personales al ingresar.
Por Joaquín Niño de Guzmán
—Se pueden tomar fotos, ¿verdad?
Dicha pregunta inicia nuestro recorrido por el Lugar de la Memoria, la Tolerancia y la Inclusión Social; más conocido como el LUM.
—Sí, no hay ningún problema —me responde el guardia.
Sin ningún remordimiento, sacamos nuestras cámaras y comenzamos a explorar el primer piso del entorno en el que nos encontramos. Me encuentro con una breve exposición del origen de la violencia para adentrarme en fotos de determinadas regiones del país con pantallas que presentan videos concisos dando una explicación de lo que veo.
Más adelante, una serie de televisores verticales se hace presente en el último pasillo con sillas que los acompañan. En cada uno aparece una persona ofreciendo un testimonio sobre lo sucedido en la época del terrorismo. Algunos narran su relato sosegados, otros no logran mantener las lágrimas dentro de ellos.
La subida al segundo piso me deslumbra al contar con objetos de antaño como revistas de aquellos años, figuras de cerámica de familias afectadas y un espacio dedicado a la captura de Abimael Guzmán. Sin embargo, lo que más llama mi atención es lo que se encuentra en el centro: un mueble gigantesco el cual alberga retratos de personas desaparecidas en los años más nefastos del país.
Son pocos los que cuentan con una vestimenta que los acompañe como un sombrero o un zapato y hasta existen otros que son recreados con dibujos (probablemente por no disponer de un retrato). Las fotos en blanco y negro abundan conforme voy atravesando el pasillo.
Familias reunidas por los desaparecidos, mujeres armadas, infraestructuras en decadencia, universitarios amenazados son imágenes que traspasan el material fotográfico y que penetran la mente de cualquiera que haya vivido dicha desgracia.
El tercer piso nos da un respiro al tratarse de una zona de recreación. Un panel enorme muestra los mensajes y las firmas de los visitantes que han pasado por acá, además de un rompecabezas 3D a base de cubos cuyas caras son capaces de formar hasta seis figuras distintas.
De repente, la luz del sol nos llama a subir las escaleras que nos guían al exterior. Y cuando pisamos el último peldaño, el panorama que tenemos en frente nos invita a reflexionar con el sonido del mar y la belleza de las áreas verdes que se aprecian a lo lejos.
Entonces lo comprendo.
Interpreto la estructura del museo tal y como me había sentido a lo largo del recorrido con cada foto que tomaba: los primeros pisos siendo el infierno documentado y los vestigios de unos años atroces, y el último con el significado de paz, libertad y exquisita hermosura.
Quizá esa no haya sido la intención desde un principio, pero aquella interpretación me basta como para deleitarme con el presente, siendo totalmente consciente de lo que sucedió en el pasado.
Como dijo en algún momento George Santayana, “el hombre que no conoce su historia está condenado a repetirla”, y museos como el LUM son espacios que ayudan a tenerla más presente que nunca. Y, por supuesto, siempre está el último piso al exterior para reflexionar sobre el recorrido que se realiza.